miércoles, 28 de septiembre de 2011

No es país para viejos rockeros

Se diría que José Coronado, actor poco valorado por el presente, ha encontrado en Enrique Urbizu su tabla de salvación. Tras sus magníficas interpretaciones en La caja 507 y La vida mancha nos regala ahora una nueva interpretación pétrea, seca, sucia y áspera. Impresiona esa careto, esas pintas entre estrella del rock caída en desgracia y borracho vagabundo del portal de tu escalera, esa escasez de gestos que no necesita más, simplemente una mueca o una frase, sin más, para infundirte el respeto hacia aquél que temes, que te estremece al verlo pasar, un tipo duro de los de antes.

No habrá paz para los malvados nos sumerge en una historia sin pasado ni futuro. Desde la primera escena, en la barra de un bar, junto a un kubata ron y un marlboro que arde por un encendedor zippo nos devuelve al típico perdedor de cine negro que parece buscar un motivo para redimirse aunque no se intuya su salvación.

La película de Urbizu se cocina a fuego lento, como si no tuviera prisa por encontrar el deselance pero sin embargo, cada paso, cada secuencia que vemos, nos acerca un poco más al abismo, al cruce de destinos. Y, mientras tanto, una historia le persigue, o a la inversa.

Como su personaje, No habrá paz para los malvados se nos muestra áspera, violenta, sin aspavientos ni concesiones a la emoción gratuita, ni siquiera a la violencia coreografiada, sangra a verdad de los barrios bajos, de las infamias, de las mafias colombianas y de otras tantas, de las intrigas policiacas repletas de inmundicia, de zancadillas, y no apta para viejos románticos, y mucho menos para viejos rockeros.

Rock and roll viejo.