lunes, 8 de abril de 2013

Cuando éramos paletos. Sara Montiel (obituario)

A propósito del 30 aniversario del primer Óscar para una película española como mejor film de habla no inglesa ha aprovechado Sara Montiel para decirnos adiós.

Saritísima ha querido ser genio y figura hasta la sepultura y ha decidido que esta semana, la que se prometía ser un homenaje al director José Luis Garci, a su película Volver a Empezar y a todos aquéllos que previamente habían abierto camino en Hollywood, no pudiéramos olvidar a una de las referencias mitológicas y, porqué no decirlo, mitificadas de una época en que todo ese mundo, el hollywoodiense, parecía más una galaxia muy lejana que un pueblo a las afueras de Los Angeles.

En una época de oscurantismo y paletismo, en el peor sentido de la palabra, cualquier atisbo de luz y de mirada y triunfo hacia el exterior, era un halo de optimismo para la sociedad española y también de orgullo para un pueblo deprimido. Como lo es ahora el fútbol o las motos. Orgullo por otro lado aprovechado por el Régimen para la siempre ventajista publicidad. Como lo es ahora el fútbol o las motos. Sara era parte del orgullo patrio.

Las nuevas generaciones le veían como un resquicio del pasado, muy pasado en ocasiones. Sin embargo,  aquellos papeles más o menos pequeños en el Hollywood dorado fueron pioneros y abrieron las puertas a tantos otros.

Antes y después de Sara, otros también alcanzaron éxito en aquella colina californiana: Gil Parrondo, Néstor Almendros, Salvador Dalí, José Luis de Villalonga, Xavier Cugat, Fernando Rey. Todos ellos habían acabado de una u otra forma en alguna producción o productora hollywoodiense. Incluso alguno había sido reconocido como el mejor en lo suyo y se había llevado a casa la más preciada estatuilla, celebrada en el país como si fuera la Eurocopa o la Eurovisión de entonces. Algunos de ellos serán siempre recordados por sus Oscar y otros por la fama bien ganada en sus respectivas artes, pero ninguno alcanzó la notoriedad y la popularidad de Sara Montiel.

Sara apenas tenía voz para cantar y talento para actuar pero poseía todo lo que se necesitaba en aquel entonces para triunfar: un cuerpo del delito y una personalidad "amantisada". Sensual hasta decir erótica. Mirada perdida entre enormes párpados y pestañas. Pómulos disparados. Silueta de curvas vertiginosas. Cintura de avispa de ésas que pican hasta el sinsentido, y sobre todo actitud. Actitud de mujer de rompe y rasga acompañada de una voz que arrastraba al susurrar. De sofisticación y elegancia en una época oscura. De Diva.


Su magnífico inglés -lo de magnífico es ironía- y su necesidad de libertad, le impidieron hacerse un hueco más grande en Hollywood. Al menos eso decía siempre ella mientras contaba por enésima vez la anécdota de los huevos fritos, siempre dejando caer un doble sentido para que la gente siguiera dándole a la sinhueso.

Es cierto que Sara vivió más del cuento que de la cuenta en Hollywood pero ¡Cómo gustaban esos cuentos! ¿Qué más da si los papeles de Veracruz o Yuma eran los típicos clichés de india o mejicana? ¿Qué importa si la primera vez que vi Veracruz hace muchos siglos -broma típica que se hacía con la edad de Sara- casi no llego a descubrirla durante el metraje porque su papel se reducía a cuatro apariciones?

Lo divertido, lo que emocionaba a los españoles al margen de las películas que rodaba era lo que le rodeaba. Cuándo éramos paletos -si es que alguna vez dejamos de serlo- Sara nos daba historias y leyendas. Sus anécdotas de los huevos fritos, sus atribuidos romances con James Dean, Gary Cooper que estás en los cielos, Ernest Hemingway o Marlon Brando -alguna aprendió mucho de Sara para lanzar su carrera en Hollywood-, sus amistades con Burt Lancaster, Elizabeth Taylor o Billie Holliday. Su matrimonio con el mítico Anthony Mann. Lo que le hacía única era su pertenencia a un club que los españolitos de a pie veían desde sus cines de sesión doble como si fuera El Dorado. 

Su declive posterior le convirtieron en una Norma Desmond del siglo XXI, siempre con su habano y cargada de alhajas. Los modernos, siempre al quite de lo vintage, la recuperaban para algunas de sus marvelous mamarrachadas pero La Diva siempre permanecía ahí. Lista para su primer plano.

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