lunes, 29 de abril de 2013

El marido de la tonadillera

Tras la muerte de Sara Montiel muchos han recordado que la tonadillera o cupletista puso una pica en Flandes allende los mares. En palabras más terrenales, que la divina Sarítisima consiguió un contrato, en este caso civil, con uno de los directores de cine más afamados de la época: Anthony Mann. 

En España, el gran público conoce a Anthony Mann por 3 cuestiones bien distintas. En su ámbito privado, por su relación con la fallecida Sara Montiel desde que se conocieron en el rodaje de Serenade en 1956 hasta su divorcio en 1963. En su ámbito profesional por las grandes superproducciones que dirigió en los 60 en territorio español bajo la producción megalómana de Samuel Bronston en El Cid (1961) y La caída del Imperio romano (1964), ninguneadas actualmente por la crítica sesuda pero de una calidad indudable, sobre todo reivindicable la segunda por haber sido ensombrecida por otros peplums mucho más exitosos. Y finalmente, en el ámbito pseudoprofesional, el que forma parte de la leyenda del Hollywood, por ser el hombre que comenzó la producción Espartaco para posteriormente ser despedido por lo que ahora se llama de manera eufemística diferencias irreconciliables con el productor, estrella y alma del proyecto Kirk Douglas quien le sustituyó por Stanley Kubrick para completar esta obra maestra que nunca sabremos si es más de Mann o de Kubrick.

Sin embargo, y a pesar de la importancia, en algún caso relativa, que tienen los anteriores hechos de la vida de Mann, los amantes del cine americano le recordamos sobre todo por sus westerns, y en especial, por la serie de películas que llevó a cabo en la década de los 50 formando pareja artística con James Stewart. Aunque ambos colaboraron en 8 películas que incluyen hasta un musical, la dupla Mann-Stewart es reconocida y recordada por los westerns que realizaron en un plazo de 5 años en la primera mitad de la década.

Stewart supo romper en estos trabajos con la imagen de americano medio bonachón, divertido y simpático  u honorable de las películas de Capra, Cukor o Hitchcock. Desde Winchester 73 (1950) a El hombre de Laramie (1955) dejó de ser definitivamente Jimmy y dibujó un héroe más gris moralmente, con pasados oscuros, mucho más duro y de carácter más agrio, siempre ante una encrucijada moral, entre la venganza o el deber, el dinero o la ética, buscando la redención de alguna u otra forma, del individualismo a la justicia y el bien común.

Mann dio forma a esos viajes vitales utilizando la cámara de manera sabia. Ante el repetido escenario de  Monument Valley de las películas de John Ford o los espacios cerrados utilizados por Howard Hawks, Mann abre las fronteras del western y acompaña el trayecto iniciático con otro geográfico utilizando otros paisajes agrestes como los ríos de Oregon en Horizontes lejanos (1952) las montañas rocosas en Colorado Jim (1953) o Alaska, entre otros escenarios, en Tierras lejanas (1954) y les dota de vida propia forjando el carácter de los aventureros solitarios y hechos a sí mismos de Stewart.

Mann completa la iconografía westerniana con amenazas indias, bandoleros, tiroteos, persecuciones a caballo, y antagonistas a las antípodas del protagonista del calibre de Arthur Kennedy o Robert Ryan, compañeros de viaje del estilo de Brenan y mujeres en apuros de dudoso pasado como Shelley Winters.

Anthony Mann mal conocido como uno de los llamados artesanos de Hollywood se le niega la autoría ante  la dualidad de los maestros Ford y Hawks pero es y seguirá siendo una de las personalidades cumbre del género del Oeste, y nunca más el marido de la tonadillera.



domingo, 28 de abril de 2013

Cuerpos de cine (III) Ojos de gata

Cuando me preguntan de qué actriz me he enamorado mirando una pantalla de cine una imagen me viene a la mente. No se trata de algo sucio. Se trata de amor. Platónico si quieren. Pero amor al fin y al cabo. Sobre la cola de un piano. Y sobre él una mujer. Viste de terciopelo rojo y se contonea mientras entona Makin' Whoopee...



Susie, como así se llama su personaje, susurra la canción mientras gira sobre sí misma. Dirige su cuerpo hacia Jack. Su mirada se fija en su socio de escenario. Éste, ensimismado en su teclado, se concentra en seguir su ritmo. Susie se vuelve de nuevo y continúa deslizándose hasta que acaba su actuación sentada junto a su pianista. Descansando su cabeza en su espalda. Y piensas qué manera de hacer el amor ante el público.

Esa mujer que dejaba sin aliento a los Fabulosos Baker Boys, la mujer a la que Tony Montana se refería cuando ponía precio al poder, nació como Miss pero enseguida se convirtió en actriz. Su carrera se ha ido  apagando con el nuevo siglo pero antes aprovechó el trayecto.

Sus mejores papeles, en drama o en comedia, siempre se han debatido entre el amor y el deber. Físico frágil y vulnerable abandonó la inocencia de Madame de Tourvel por el amor del Vizconde de Valmont. Al amanecer se vio condenada a un amor imposible con un lobo. Atrapada en un mono de látex se divirtió lamiendo a un hombre murciélago a la luz de la luna. Estuvo casada con todos. Fue la otra mujer que nunca quiso interponerse entre un marido y su esposa. Y en todas y cada una de ellas, conviven en nuestro recuerdo esa mirada felina que completa cada ángulo de su cara.

Los años y los quirófanos han actuado en  el rostro de Michelle Pfeiffer. No ha podido soportar ver sus perfectas facciones envejecer. O Hollywood no lo ha querido y le ha forzado a destrozar aquello que un día fue tan bello que nos dejaba boquiabiertos con una simple mirada. La de sus ojos de gata.

Aquí el video referido---> Escena del piano Los Fabulosos Baker Boys

jueves, 18 de abril de 2013

BoardWalk Empire (T-3) La mafia llegó al fin al muelle

Aunque este es un blog de cine de vez en cuando me gusta acercarme a lo que algunos consideran hoy en día el gran Cine, el que se rueda en platós y se emite en canales de televisión.  

Ya en su día destaqué una serie que merecía ser reivindicada por su enorme calidad, por la falta de publicidad y porqué no decirlo, porque nació y se ha desarrollado a la alargada sombra de la considerada obra magna de la TV The Wire. Por compartir autor, David Simon, y gran parte del reparto, Treme, que es la serie a la que me refería entonces, ha alcanzado las 3 temporadas condenada a serie de culto de un público muy limitado pero que sigue, seguimos, reivindicando.

Otra serie de HBO ha alcanzado la 3ª temporada. Sin embargo, ha realizado o está realizando un viaje inverso hacia el anonimato de Treme. El proyecto de Boardwalk Empire comenzó como un gran acontecimiento mediático. Era una serie perpetrada para aunar calidad y audiencia. Premios y elogiosas críticas. La batuta de la serie la llevaba el gran Martin Scorsese (Godfellas), la pluma de Terence Winter (Los Soprano) y su temática, una de las que más gustaban a sus autores y al gran público: los gangsters. 

Ambientada en la época donde mayor popularidad alcanzó el crimen organizado, los años 20 bajo el régimen de la Ley Seca (que hay más vintage que esto por si os seguís preguntando que hace este post en este blog), se antojaba una serie repleta de nombres populares: Capone, Luciano, Rothstein, Masseria. Todos estábamos en ascuas ante el gran estreno del piloto. 

La calidad era indiscutible. La de sus guiones y la de sus intérpetres. Aunque nos costara acostumbrarnos a ver a Steve Buscemi como Nucky Thompson, capo de Atlantic City - ciudad donde se desarrolla la acción - y del contrabando de alcohol, su trabajo era intachable. Del mismo modo que el de Michael Pitt y el de unos secundarios de lujo cuyas apariciones nos sabían a poco, por su pasado en otras series ya mencionadas en este post, Michael K. Williams, por su presente de actor inquietante, Michael Shannon, o por ser el gran descubrimiento de la serie, Shea Whigham.

Sin embargo, cuando fue avanzando la primera de estas temporadas el público, y me incluyo, se desilusionó. El espectador esperaba fuegos artificiales. Ansiaba tramas mafiosas, negociaciones, alianzas, traiciones, bandas, tiroteos. Todo eso se nos mostró a cuenta gotas y, en todo caso, servía como subtrama para  contextualizar a unos personajes protagonistas cuyas preocupaciones principales eran más bien personales o sentimentales. El público quedó un tanto decepcionado y aunque Steve Buscemi consiguió todos los premios habidos y por haber, la expectación que había generado se desinfló un tanto.

La segunda temporada fue ganando en tensión pero las principales tramas seguían siendo "familiares". La temporada se cerró de forma modélica con el final de la historia de amor-odio entre el maestro Nucky Thompson-Steve Buscemi y el alumno Jimmy Darmody-Michael Pitt, pero el reconocimiento de la serie, su repercusión, parecía haber quedado en un segundo plano ante otras mucho más espectaculares. 



Así, ante la pérdida de relevancia en el público y en los medios parece que los rectores de BoardWalk Empire han querido volver a la primera plana y han satisfecho lo que reclamaba el gran público. La tercera temporada ha puesto al fin todas las fichas mafiosas sobre el tablero, o sobre el muelle si se quiere. Así, mientras en temporadas anteriores, las bandas de Chicago o Nueva York iban y venían de Atlantic City como Nucky Thompson se paseaba por el muelle, en esta tercera temporada vinieron para quedarse, o por lo menos para intentarlo. 

Atlantic City se convierte al fin en esta tercera temporada en el centro de operaciones de la mafia de las grandes metropolis. Todos quieren el control del contrabando del alcohol y se suceden las tan esperadas alianzas, traiciones, estrategias, y por supuesto, los tiroteos y las matanzas. Con un enemigo tan cruel, despiadado e irracional a las antípodas del maquiavélico, elegante y calculador Nucky. Y por fin descubres el porqué de Michael K. Williams o Michael Shannon e intuyes cuál será su predominante papel en sucesivas temporadas, así como los de los Capone o Luciano. 

Pero por encima de todos sigue estando él: Nucky Thompson. Al que odiamos y amamos a partes iguales. Porque Nucky es el epicentro de todo, de la ciudad en la sombra y de la trama en lo fundamental.  Abarcando el alfa y el omega de toda la serie. Nucky emprende un viaje iniciático en el que casi se deja la vida. Desde la opulencia y soberbia con la que comienza, pasando por sus debilidades, su lado más oscuro y su crueldad, hasta su caída y redención. Sus 2 últimos capítulos como proscrito de los gangsters, huyendo, buscando refugio y aliados y tramando una venganza final dejan al espectador al borde del orgasmo mafioso y con ganas de más. 

Ya lo dice el manual de todo gangster. Si quieres sobrevivir, cuánto más cabrón, más efectivo. Y Nucky puede llegar a ser muy cabrón.  

lunes, 8 de abril de 2013

Cuando éramos paletos. Sara Montiel (obituario)

A propósito del 30 aniversario del primer Óscar para una película española como mejor film de habla no inglesa ha aprovechado Sara Montiel para decirnos adiós.

Saritísima ha querido ser genio y figura hasta la sepultura y ha decidido que esta semana, la que se prometía ser un homenaje al director José Luis Garci, a su película Volver a Empezar y a todos aquéllos que previamente habían abierto camino en Hollywood, no pudiéramos olvidar a una de las referencias mitológicas y, porqué no decirlo, mitificadas de una época en que todo ese mundo, el hollywoodiense, parecía más una galaxia muy lejana que un pueblo a las afueras de Los Angeles.

En una época de oscurantismo y paletismo, en el peor sentido de la palabra, cualquier atisbo de luz y de mirada y triunfo hacia el exterior, era un halo de optimismo para la sociedad española y también de orgullo para un pueblo deprimido. Como lo es ahora el fútbol o las motos. Orgullo por otro lado aprovechado por el Régimen para la siempre ventajista publicidad. Como lo es ahora el fútbol o las motos. Sara era parte del orgullo patrio.

Las nuevas generaciones le veían como un resquicio del pasado, muy pasado en ocasiones. Sin embargo,  aquellos papeles más o menos pequeños en el Hollywood dorado fueron pioneros y abrieron las puertas a tantos otros.

Antes y después de Sara, otros también alcanzaron éxito en aquella colina californiana: Gil Parrondo, Néstor Almendros, Salvador Dalí, José Luis de Villalonga, Xavier Cugat, Fernando Rey. Todos ellos habían acabado de una u otra forma en alguna producción o productora hollywoodiense. Incluso alguno había sido reconocido como el mejor en lo suyo y se había llevado a casa la más preciada estatuilla, celebrada en el país como si fuera la Eurocopa o la Eurovisión de entonces. Algunos de ellos serán siempre recordados por sus Oscar y otros por la fama bien ganada en sus respectivas artes, pero ninguno alcanzó la notoriedad y la popularidad de Sara Montiel.

Sara apenas tenía voz para cantar y talento para actuar pero poseía todo lo que se necesitaba en aquel entonces para triunfar: un cuerpo del delito y una personalidad "amantisada". Sensual hasta decir erótica. Mirada perdida entre enormes párpados y pestañas. Pómulos disparados. Silueta de curvas vertiginosas. Cintura de avispa de ésas que pican hasta el sinsentido, y sobre todo actitud. Actitud de mujer de rompe y rasga acompañada de una voz que arrastraba al susurrar. De sofisticación y elegancia en una época oscura. De Diva.


Su magnífico inglés -lo de magnífico es ironía- y su necesidad de libertad, le impidieron hacerse un hueco más grande en Hollywood. Al menos eso decía siempre ella mientras contaba por enésima vez la anécdota de los huevos fritos, siempre dejando caer un doble sentido para que la gente siguiera dándole a la sinhueso.

Es cierto que Sara vivió más del cuento que de la cuenta en Hollywood pero ¡Cómo gustaban esos cuentos! ¿Qué más da si los papeles de Veracruz o Yuma eran los típicos clichés de india o mejicana? ¿Qué importa si la primera vez que vi Veracruz hace muchos siglos -broma típica que se hacía con la edad de Sara- casi no llego a descubrirla durante el metraje porque su papel se reducía a cuatro apariciones?

Lo divertido, lo que emocionaba a los españoles al margen de las películas que rodaba era lo que le rodeaba. Cuándo éramos paletos -si es que alguna vez dejamos de serlo- Sara nos daba historias y leyendas. Sus anécdotas de los huevos fritos, sus atribuidos romances con James Dean, Gary Cooper que estás en los cielos, Ernest Hemingway o Marlon Brando -alguna aprendió mucho de Sara para lanzar su carrera en Hollywood-, sus amistades con Burt Lancaster, Elizabeth Taylor o Billie Holliday. Su matrimonio con el mítico Anthony Mann. Lo que le hacía única era su pertenencia a un club que los españolitos de a pie veían desde sus cines de sesión doble como si fuera El Dorado. 

Su declive posterior le convirtieron en una Norma Desmond del siglo XXI, siempre con su habano y cargada de alhajas. Los modernos, siempre al quite de lo vintage, la recuperaban para algunas de sus marvelous mamarrachadas pero La Diva siempre permanecía ahí. Lista para su primer plano.

jueves, 4 de abril de 2013

Los amantes pasajeros, pedorretas y otras cosas del montón.

Cuando era un mocoso mi padre me hacía pedorretas para entretenerme. Yo me divertía mucho porque entonces mi nivel de sofisticación estaba a la altura de un chimpancé de los alrededores de San Francisco, de ésos que seguían a César en el Origen del planeta de los simios, de los tontos vamos. 

Mi  padre probó esa fórmula durante años con el objetivo de hacerme reír pero fue perdiendo eficacia mientras avanzaba mi niñez. De la risa pasé a la ternura que me provocaba que ese señor al que tanto quería siguiera creyéndome un inocente zagal. Un día, mi padre al verme maduro cambió su discurso al querer darme otras enseñanzas. Sin embargo, 30 años después de sus primeras carantoñas, el pasado Viernes Santo, el día en que el protagonista del Nuevo Testamento fallecía en la cruz para más INRI, mi padre intentó hacerme gracia con una pedorreta con un resultado inesperado: No me provocó risa. Ni siquiera ternura. Se dibujó en mi rostro una mueca de sonrisa congelada. De ésas que provoca la vergüenza ajena. Ésta podría ser perfectamente la sensación que me provocó Los amantes pasajeros

Pedro Almodóvar, para muchos alfa y omega del cine patrio, para otros el mismo diablo vestido a veces de Prada, ha perpetrado una auténtica patochada con su última película. La última época de su filmografía que dio comienzo con la multipremiada Todo sobre mi madre ha alternado grandes aciertos como Hable con ella o Volver y películas fallidas como La mala educaciónLos abrazos rotos o La piel que habito. Los amantes pasajeros se sitúa en un plano independiente: el de las tomaduras de pelo. 

Mientras de las fallidas obras de Almodóvar se intuía un arduo trabajo de introspección, guión, puesta en escena y preparación de personajes que por falta de inspiración o de genio no alcanzó su objetivo, Los amantes pasajeros parece haber sido escrita, producida y rodada una tarde de esas en las que nos creemos muy ingeniosos y vamos de chiste fácil a obviedad para acabar en la tontería. Nos ponemos en la situación: "Voy a ser original. Voy a hablar de la situación actual de España. Meto a todos en un avión que queda como muy representativo (Iberia y esas cosas): Al banquero estafador, a la amante del Rey, al actor en apuros. Saco uno de esos aeropuertos vacíos como metáfora de lo mal que se ha hecho todo especialmente desde la Administración. Y por supuesto, como es una comedia, vuelvo a lo que me hizo famoso en los 80: escandalizar al espectador con chistes sobre sexo, homosexualidad y drogas. Ahora llamo a 4 amigos y a 4 amigos de mis amigos y montamos un guateque en casa y la ruedo". Podría haber sido así. Y más barato. Seguro. 

Pues no. No ha colado. Por mucho Almodóvar que sea. Todo lo contrario. Se le exige más. Incluso más que a los demás. Y en esta ocasión el propio autor se ha exigido muy poco. La idea y su desarrollo, por evidente, bobo y por poco trabajado. Y los chistes porque no tienen maldita la gracia. No sé si es por falta de ídem del emisor o por desapego del receptor. Podría ser una combinación de ambas. En los 80, la referencia a la homosexualidad, al sexo o a las drogas, como imagen y dialéctica, tenía mucho de escandalosa y de divertida, por irreverente y revolucionaria. La sociedad ha evolucionado y sofisticado de tal forma que sus alusiones pretendidamente graciosas también deben hacerlo para provocar a un espectador más familiarizado con esas cuestiones. 

Por desgracia, Sr. Almodóvar, sus chistes se han quedado en los 80, como aquellas pedorretas de mi padre que entonces me hacían reír y ahora me provocarían cara de póquer. O peor aún. De dobles parejas. 

* La referencia a mi progenitor es, por supuesto, una licencia dramática producto de mi mente, tan original como las que utiliza Almodóvar en Los amantes pasajeros

martes, 2 de abril de 2013

Los últimos días

Semana Santa. Época del año propicia para disfrutar del tiempo libre, visitar a la familia y, por qué no, para ponerse al día con los últimos estrenos de la temporada. También para hacer penitencia.

El atrayente trailer y la extraordinaria, para una película española, campaña publicitaria de Los últimos días me hizo elegir como primera opción esta película. Los hermanos Pastor que se estrenaron con Infectados, una interesante cinta de contagio "zombi", repiten fórmula apocalíptica en esta historia de un joven que busca desesperadamente a su novia en medio del caos creado por una epidemia de agorafobia que mantiene a la población viviendo en las profundidades de Barcelona.



Quim Gutiérrez, José Coronado y la anecdótica Marta Etura encabezan un reparto con un objetivo claro: trasladar el cine apocalíptico americano a las producciones españolas. Pretenden con este trabajo que los espectadores de Los últimos días salgan de las salas de proyección con la típica expresión de "parecía americana" que muchas veces pronunciamos ante la sorpresa de su correctísima factura. Si ése era su objetivo lo han conseguido. Sin entrar a valorar los gustos de cada uno - yo por ejemplo ya estoy bastante cansado de la estética viedoclipera - Los últimos días parece americana. Para lo bueno y para lo malo. Con una factura tan correcta como la de muchas de las producciones americanas peca de los mismos defectos de algunas de éstas: Un guión irrisorio al servicio de la acción.

El punto de partida, la historia de supervivencia y la búsqueda del amor perdido sólo sirven como excusa para enlazar sin sentido narrativo alguno - y sin ningún tipo de pudor añadiría - una serie de pruebas que tienen que ir superando los dos barbudos protagonistas a imagen y semejanza del clásico videojuego. Todo impuesto e impostado y todo tan previsible con el único objetivo de provocar una emoción de cartón piedra que llega a provocar vergüenza ajena ante la desaparición de alguno de los personajes, o la aparición de otros.

Lo artificial del discurrir de la trama se completa con su incongruencia. Buscar un sentido a la misma choca frontalmente con la lógica científica y geográfica. La producción ha tratado de recorrer Barcelona de un lado a otro sin importarle si las localizaciones escogidas daban sentido a la historia. Todo vale en beneficio de la acción sin importar si el público conoce o no la ciudad donde se desarrolla. Tirando millas que éstos tragan con todo.

Los últimos días consigue finalmente lo que niega uno de sus protagonistas en un momento de la película. José Coronado espeta "Esto no es una puta gincana en la que recorremos Barcelona". Pues en realidad eso es lo que es: Una puta gincana...y lo de Barcelona lo dejaremos estar.