martes, 14 de mayo de 2013

Tino no era Sinatra. Era la voz.

Cuando llenas tu memoria de recuerdos cinéfilos no sólo lo haces de miradas, gestos, imágenes o música. También lo haces de frases y de aquellas voces que las emitían. James Earl Jones, el malvado de Conan el bárbaro, se hizo más famoso por poner voz a un personaje y pronunciar una sola frase que por toda su trayectoria actoral, al margen del citado Conan o por ser tripulante del bombardero de ¿Teléfono Rojo? Volamos hacia Moscú. Esa frase no era otra que la que descubría el secreto de una paternidad y el personaje, uno de los mejores malvados de la historia del Cine. Esa frase no era otra que: "Luke, I´m your father". Y ese personaje era Darth Vader. Así, tanto el monólogo posterior, como su voz y su nombre, entraron en el Olimpo del Cine. Algo parecido le ocurrió a nuestro protagonista. 

La tradición de doblaje en España ha hecho que muchos de nosotros tuviéramos nuestro primer acercamiento al cine con las voces de algunos grandes actores españoles. Así, a pesar de que el doblaje rompe con algo tan fundamental para la interpretación como es la voz y que por tanto no captamos de esta manera todo el trabajo de los actores extranjeros, muchos de nuestros recuerdos más cinéfilos permanecen en nuestras mentes, no con las voces originales de sus protagonistas sino con las de estos magníficos intérpretes. 

Así, el doblaje de las películas venidas de Hollywood hizo de la voz de nuestro protagonista una referencia en el doblaje español y al mismo tiempo un recuerdo de algunas de nuestras películas favoritas. A pesar de conducir programas de televisión, de radio o actuar en obras de teatro de gran éxito, Constantino Romero, Tino para los amigos, entró en el imaginario colectivo gracias a su profunda y engolada voz. Constantino dejó de ser Romero y pasó a apellidarse Vader, Callahan, Bond o Kirk. Puso voz a Clint Eastwood en innumerables ocasiones, desde los Violentos de Kelly hasta Gran Torino (la última no la cuento). Dobló a Roger Moore en la serie 007. Acompañó al capitán James T. Kirk en sus aventuras en el Enterprise. Fue un robot asesino con la cara de Schwarzenegger. Pudo ver cosas que nunca llegaríamos a imaginarnos. 

He aquí cuatro de mis mejores momentos vividos junto a él (alerta spoilers a los que viven todavía en la inopia): 

Blade Runner

Harry el sucio (Dirty Harry)

Sin perdón (Unforgiven)

Star Wars. Episodio V: El imperio contraataca
(The Empire Strikes back)


Todas estas escenas y muchas más son historia del cine y por supuesto, gracias a la voz de Constantino,  también lo son de cada una de las nuestras.  

viernes, 10 de mayo de 2013

Harryhausen. Creador de mitos.

Siempre recuerdo que mi afición por el Cine me viene de bien pequeño. Desde crío me enganche a ese arte que me descubría tierras lejanas, me transportaba a mundos fantásticos o me hacía compartir aventuras con personajes increíbles. El cine y sus protagonistas se convirtieron en mitos para mí del mismo modo que existían otros mitos que el cine ha intentado trasladar a la gran pantalla.

A lo largo de su historia el cine ha intentado acercarse, y acercarnos, a la mitología clásica. Diversas películas, incluso infumables series de TV, lo han intentado. Sin embargo, son dos las que hicieron que la visión inocente de un niño guardara en su retina recuerdos de esqueletos vivientes, caballos voladores o búhos dorados.

Jason y los argonautas y Furia de Titanes fueron dos películas que al margen de su calidad, de su envejecimiento por la evolución de las técnicas de imagen, nos dejaron huella a todos aquellos que disfrutamos de sus aventuras y de aquellos monstruos mitológicos a los que tuvieron que enfrentarse, sorteando todos los peligros para alcanzar su destino. Aunque más que esas historias nos atrajeron las imágenes que nos mostraba.

Esas visiones inimaginables para el público hasta ese momento se produjeron gracias al legado de un hombre que hizo de la slow motion un arte de la imagen. En el analfabetismo infantil, siempre creí las películas que nos narraban los viajes de Jason o de Perseo llevaban la firma de Ray Harryhausen (hasta su apellido era mítico), y sin embargo él sólo era ¿sólo? el artesano que procuraba conseguir que viéramos la estatua de Talos perseguir a los argonautas o a Medusa petrificar a sus enemigos. Ahora, con el conocimiento que me dan los años sigo pensando que aquellas películas, si pertenecieron a alguien, fueron a él porque si en algo destacan o las mantenemos en nuestra memoria son por las creaciones del maestro Harryhausen.

Resquicio del pasado que se nos va. Pasado del cine y de mi infancia. Harryhausen llevó a cabo un trabajo para el que fue creado en parte el cine: Creer durante un momento que cosas imposibles podían suceder.



lunes, 6 de mayo de 2013

Mi nombe es Quatermain, Allan Quatermain

Cuando disfrutamos de las películas de Indiana Jones que alguno ya califica de antiguas - me estoy haciendo mayor - no podemos obviar que el origen de todo pudo estar en las aventuras de Tintín - aunque ni el propio Spielberg las conociera - pero sobre todo en las películas de aventuras que se rodaron durante los años 30, 40 y 50, producciones que abrieron horizontes a otras tierras más allá de la civilzación y que rememoraron las hazañas, maquilladas por supuesto, de los colonizadores de entonces.

Películas como King Kong, Tarzán o Mogambo, cada una en su género y en su época, nos acercaban a tierras inexploradas y salvajes, repletas de peligros venidos de la propia naturaleza o de las tribus todavía sin "domesticar".

Uno de los más próximos antecedentes de Indiana Jones fue otro aventurero, el cazador surgido de las novelas de H. Ridder Haggard, Allan Quatermain. Aunque otros actores interpretaron este personaje de finales del siglo XIX, véase el caso de Richard Chamberlain o de Sir Sean Connery, el nombre de Quatermain siempre irá ligado a una esbelta figura con percha de Lord inglés.

Stewart Granger, se hizo un nombre en el mundo de Hollywood en los años 50 en películas de capa y espada como El prisionero de Zenda o Scaramouche. Sin embargo, fue otro film de aventuras el que le dio previamente el espaldarazo definitivo a su carrera y a su pertenencia de mitos del celuloide: Las minas del Rey Salomón. 

Junto a la eterna candidata a los Óscar, Deborah Kerr, Granger se embarca en una aventura que recuerda en su argumento a las películas protagonizadas por Indiana encontrándose paralelismos con las 3 primeras entregas de la saga  -la búsqueda de un tesoro mitológico, el encuentro con tribus salvajes y el rescate de un ser querido-. Kerr contrata a Granger-Quatermain para encontrar a su marido, perdido en tierras desconocidas de África mientras buscaba las minas de diamantes del rey Salomón. A partir de ese momento, ambos correrán más de una aventura juntos.

Las minas del rey Salomón es un claro ejemplo del cine de aventuras de la época en los que la producción primaba sobre la autoría de la obra pero que no estaba exenta de calidad con diálogos llenos de humor que dotaban a los personajes de gran personalidad. Esta circunstancia, junto al desplazamiento de la producción al lugar de la acción en lugar de utilizar el tan moderno ordenador y su artesanía en la ejecución, a pesar del evidente envejecimiento de alguno de sus trucos, dotan a Las minas del Rey Salomón de un factor diferencial con respecto a las actuales superproducciones convirtiéndose en uno de esos clásicos para toda la familia que se recuerdan desde la infancia.

La figura de Granger destaca por encima del resto. Pertrechado en un atuendo colonial color camel que ahora daría un poco de vergüenza ajena, su fina ironía inglesa y su porte victoriano se ponen al servicio de un personaje hecho a medida. Uno de esos héroes que creías invulnerables sin necesidad de superpoderes o trajes especiales.